viernes, 1 de julio de 2011

La vida de los otros



Recientemente he leído en un blog un suceso que me ha dejado pensativo. Tanto es así, que estuve dándole vueltas a la cabeza -no como la niña del Exorcista, pero casi-  durante un minuto o dos. Pensar más de un par de minutos en la misma cosa nos convierte en obsesos y en clientes de psicólogo y no es plan, que luego te inflan a pastillas. Bueno, lo que importa es que me pareció lo suficientemente grave para escribir sobre ello y aquí estoy. Fue más o menos así:

Hace unos dos meses, un señor compra una tarjeta de memoria de 1 Gb para su cámara digital en unos grandes almacenes que no voy a nombrar para no hacerles propaganda. Encima tienen un nombre grandilocuente: Hiper Kor o algo así. Al pagarla, se fija en que la tarjeta viene en su blister perfectamente sellado de fábrica y es, además, de una marca conocida por su calidad, y no precisamente por ser de las baratas. Sellar un envase de esos solo es posible hacerlo en su fábrica, os lo aseguro yo. Hasta aquí, todo normal. Lo bueno viene cuando, al llegar a su casa, introduce la tarjeta en la cámara y, por aquel instinto tonto del ser humano que tantos disgustos ha traído a la galaxia, le da al botón de visualizar. ¡Tachaaan! Aparecen, nada más y nada menos, que 125 fotos de una familia celebrando las Navidades... ¡pero las del 2005!

El señor en cuestión vuelve a los almacenes a reclamar y a protestar por el hallazgo, no sin antes soñar con una indemnización multimillonaria al estilo de las de los tribunales norteamericanos, o en su defecto, en una tele de plasma como compensación. Qué menos ¿no? Los empleados le reciben con toda la suspicacia del sistema solar y algo más. "Eso es imposible"; "venía sellada de fábrica"; "aquí no se aceptan devoluciones de bla, bla ,bla que no estén formateadas", y demás excusas típicas de manual de ventanilla de atención al cliente. El señor queda con los empleados en que, cuando reciban explicaciones del fabricante de la tarjeta, le avisarán. Lo hacen pasado un tiempo, pero no resultan muy convincentes que digamos, así que el comprador de un artículo vendido como nuevo, pero que no lo era, cuenta lo sucedido en su blog con foto y todo.

Lo gracioso, o mejor dicho, lo inventado de esta historia, viene cuando el propietario de una de las caras que aparecen fotografiadas se reconoce a sí mismo en la foto que ilustra el blog, se pone en contacto con el blogero y este retira dicha fotografía. Y yo me pregunto: ¿Cómo se identifica? ¿Le manda una foto actual de su careto? ¿Le ofrece detalles de las personas y las cosas que aparecen en las fotos? ¿Todo el que devuelve una tarjeta de memoria sin formatear anda de blog en blog para ver si alguien publica sus fotos? ¿Si te pasara a ti, renunciarías a una tele de plasma? ¿Tú devuelves tarjetas usadas para que cuelen como nuevas?

¡Buff! Demasiadas preguntas. Voy a echarme una siestecita a ver si pienso en otra cosa. Pero no más de dos minutos, que odio las pastillas.