"Inolvidable", "encantador", "emocionante", "fantástico", "imprescindible", ... Harían falta muchos más adjetivos para describir la sensación que se me quedó al llegar a casa después de participar por primera vez en el Día de la Bici. Me parece que ya os he dicho que no es la jornada que patrocina el Ayuntamiento del planeta Che -que es en septiembre-, ni el de la Unión Galáctica Europea, ni nada de eso; es el que se celebra en el colegio de mis pequeños Jedis cada año, coincidiendo con el último día del curso que hay clase por la tarde, o sea, el 31 de mayo. Y cómo lo organiza, madre mía, cómo lo organiza. Mejor será que lo cuente y me deje de adjetivos.
8:50 AM
Concentración junto a la Estrella de la Muerte del (numeroso) grupo de ciclistas que vivimos por la zona. Allí acudimos mi pequeño Obi Wan y yo con nuestros velocípedos y nos encontramos a algunos maestros Jedis convenientemente uniformados para que se les distinga de los papás. Me ofrezco voluntario y me colocan un brazalete identificativo. Soy autoridad. Los niños me temen. Mi palabra es ley.
-"¡Oye, tú, niño, calladito y sin salirse de la fila!".
- "Sí, Milord, ahora mismo".
- "¡A ver cómo te portas, que te tengo fichado!".
Las tropas imperiales, coordinadas a la perfección y montadas en sus vehículos, nos escoltarán todo el camino y se encargarán de que ninguna nave, caza o carguero espacial nos corte el paso. Colocamos a los niños en fila de a dos y esperamos la señal de la Guardia Civil Galáctica para empezar la marcha. Obi Wan se sitúa con los de su clase. Yo, en un lateral guardando la formación.
9:00 AM
Con puntualidad británica comienza la marcha hacia el planeta boscoso donde está el Colegio Canciller Palpatine. El camino es precioso: huerta, casas de agricultores, campos de arroz que ahora se encuentran inundados para la siembra, naranjales. El día acompaña y un tímido sol espera a que pasemos, agazapado tras las nubes, para no quemar la delicada piel de los pequeños padawans. Atravesamos dos o tres poblaciones rurales menores con sus alquerías tapizadas de buganvillas, geranios y murcianas, y se van incorporando a la serpiente multicolor los niños que salen de ellas. Estamos en el Parque Natural de la Albufera. Es primavera. Vamos a la marcha que dictan los pequeños, los de 9 años, que hábilmente hemos situado en cabeza. No hay prisa. Hay que disfrutar el día. La Guardia Civil galáctica cumple su cometido a la perfección: una moto en cada cruce, cada rotonda, cada semáforo, para que no nos paremos y circulemos seguros. Cierran la carrera dos furgonetas escoba, por si las caídas -que las hubo, pero sin importancia-.
- "¡Niños: guardad la fila o saco la espada láser!
- "¡Tú, el de rojo, como te vuelva a ver cruzarte con la bici te congelo en carbonita pero ya!"
9:45 AM
Conforme vamos llegando al colegio se escucha el griterío. Los más pequeñitos, entre los que está mi pequeño Anakin, nos esperan en la entrada agitando unas pequeñas banderitas hechas por ellos mismos. La emoción hace que se me escape una lagrimilla, que gracias al casco-máscara no se aprecia, lo que evita restar prestancia a mi imponente aspecto de Lord Sith. Y así, de dos en dos, vamos entrando al centro escolar donde dejamos las bicis en un lado del patio.
10:00 AM
Los que ya hemos llegado nos situamos junto a los pequeños, sus maestros y sus papás, formando un grupo más numeroso para dar la bienvenida al otro pelotón, el que viene por la otra ruta, la de los pueblos del sur, que, como la nuestra, circula organizada hacia el colegio. Aplausos, banderitas, gritos... los pobres pájaros que observan desde los árboles están muertos de miedo. Creo que van a emigrar hacia el norte en busca de calma y silencio un mes antes de lo que les tocaba. Las maestras Jedis recogen a los pequeñines y se los llevan a clase a ponerles el casco y subirlos a sus bicis.
10:15 AM
Aparecen los padawans de tres, cuatro y cinco años en fila por la puerta y salen de la escuela. Más aplausos. Las madres lloran de emoción. Algunos llevan ruedecitas cogidas al eje trasero porque no saben montar todavía. Las maestras los acompañan hacia la playa corriendo a su lado donde dan la vuelta a una rotonda y vuelven hacia el cole. Es su ruta. Está hecha a la medida de sus piernecitas. Las tropas imperiales vigilan que no pasen otros vehículos que no sean los oficiales de la organización. Todo está saliendo de maravilla. Les vemos entrar de nuevo en el colegio entre aplausos, gritos y, no sé si lo había dicho ya, banderitas.
- "¡Ay, mi niño, qué guapo va!"
- "¡Mira el Jonatan, qué gracioso; el casco es más grande que él!"
Definitivamente, garcetas, patos y charranes abandonan el parque natural un mes antes de lo que les toca buscando el sosiego y la paz de otras tierras, otros humedales más al norte, donde poder dormir a pata suelta unas horas más.
- "No vuelvo a pasar el invierno en el planeta Che. Tanto ruido genera estrés y se me caen las plumas".
Próximamente, en una galaxia lejana, el episodio II.